Al Tango, en la Zuazua
En mis 25 años de vida, es rara la
vez que he caminado de noche por la calle donde vivo. Siento que habito en un
una especie de dimensión alterna, donde en cuanto piso afuera, todo se
transforma en un universo distinto. Este tipo de sentimiento fue el hincapié a
una serie de preguntas acerca de que era lo que pasaba a mi alrededor, ¿Porqué
de pronto me siento un desconocido en mi propio entorno? La curiosidad mató al
gato, dicen, y fue por esta razón por la que decidí salir a explorar para
entender más acerca de mi contexto habitual.
Tacos de Hielera
-¿Me das un taco de bistec?-
- Claro, los que gustes-
Me responde “El Jessy”, con una
alegre y divertida voz. Sus manos abren la hielera roja que tiene sobre la
mesa, mientras su cuerpo, de grandes proporciones, se mueve ágilmente para
pasarme una servilleta. El Jessy usa shorts de mezclilla, tenis marca Nike y
playera negra. Tiene una cicatriz en el ojo, la cual cruza por su ceja y
termina justo donde comienza el párpado.
-Los tacos que vende el Jessy son
deliciosos- lo confirman sus clientes que consumen cada vez que él se acomoda
en un espacio de la banqueta. El Jessy siempre llega en su camionetita, coloca rápidamente una mesita, su mantel de plástico,
un igloo con limonada, dos hieleras, una azul y una roja, y varios toppers con
diversas salsas.
la calle es tranquila, pasan unos cuantos
automóviles. Ahí donde se encontraba el Mercado Estaban Cantú y tenia
movimiento veinticuatro horas, ahora la mayoría de los locales están vacíos, se
ve solo, oscuro, descuidado, solo pocos locales se conservan. El Jessy se
acomoda frente a este Mercado, cruzando la calle, en un lugar mas iluminado y
menos descuidado.
Un
sujeto llega en bicicleta a donde el Jessy. – Se robaron el tubo de cobre, después
el compresor- dice.
-Además,
se chingaron los paneles de la refrigeración-
El
hombre usa una gorra café, con logo de la CFE, pantalón de mezclilla y zapatos
tipo huarache.
- Estoy
ahí desde las 7am cuidando el antro, estoy de arriba para abajo trabajando para
el señor- comenta el sujeto. Interrumpe la conversación porque dice tiene “un
chingo de hambre”. El Jessy le pasa tres tacos, el hombre los toma, los
desenvuelve, los junta en una mano y de un bocado y le come con gran placer…
Unos tragos coquetos
No hay mucha gente.
El mesero nos lleva una cubeta a
la mesa.
Hay una banda tocando, todos los
integrantes están vestidos con camisa roja y pantalones blancos, algunos con
tejana blanca.
En cuanto entré sentí un golpe en
mis ojos, el conjunto de mosaicos de muchos colores en todos los muros, la
loseta tipo damero, y los posters de diversos artistas gruperos como Fidel
Rueda, Joan Sebastián y Espinoza Paz, además de la iluminación principalmente
color rojo, hacen que se sienta un ambiente de un gusto particular. En
apariencia, la ambientación y decoración es de amateur, sin sentido de armonía
visual.
Me tomo mi primera cerveza.
Comienza una canción, al parecer
un narco corrido que cuenta la historia de un tal Guzmán, Culiacán e Irapuato.
En una mesa están dos mujeres con
una cubeta de cervezas. Una de ellas lleva un vestido gris que permite dar una
idea de la figura de la mujer, la otra lleva mezclilla y polo azul.
Llega una mujer con vestido rojo.
Esta sola. ¿Espera a alguien?
De sus orejas cuelgan dos
arracadas grandes, color oro, el delineado de sus ojos bien marcados.
A lo lejos se escucha “la
yaquesita”.
La mujer voltea de un lado a otro.
En eso un sujeto se le acerca y le ofrece algo, ¿Un chicle? Instantáneamente
ella se lo mete a la boca y comienza a masticar.
La banda comienza a tocar “la vida
mafiosa” lo se porque a un amigo le gustaba mucho.
Comienzo mi segunda cerveza.
Llega un hombre con camisa gris a
la mesa donde están las dos mujeres solas. El hombre se dirige hacia la mujer
que lleva vestido gris y la toma de la cintura. Comienzan a platicar, la mujer
toma al hombre de la espalda, se abrazan, y después se toman de la mano. La
mujer le da un beso al hombre.
Un hombre de proporciones robustas
saca a bailar a la mujer de rojo, ella batalla para seguirle el ritmo.
En otra mesa, dos mujeres de edad
media y de curvas pronunciadas, una de ellas me voltea a ver con ojos coquetos,
yo evito su mirada.
Se termina la canción.
La mujer de rojo se va a la barra
con el hombre donde hay otros dos tipos esperando. Uno de ellos trata de
abrazar a la mujer, ella se aleja un poco del sujeto.
Empieza una canción llamada “Chuy
y Mauricio”.
Sigo con mi tercera cerveza.
Llega otra mujer, de edad mediana,
¿Treinta y tantos?
Su ropa lleva lentejuela roja,
lleva un broche igual de brillante en su cabeza, se sienta sola en la barra.
¿Otra mujer sola? Ella mastica chicle, ordena una cerveza y voltea de un lado a
otro. ¿Espera a alguien?¿O busca que se le acerquen?
A lo lejos se oye “La Gasolina”.
Decido moverme de lugar, me acerco
a la salida, en otro escenario se encuentra gente cantando con karaoke. Escucho
a una mujer cantar:
–Amor eterno, e inolvidable, que tus ojitos jamás
se hubieran cerrado nunca…- Buena interpretación de Rocío Durcal echada a
perder por la voz desentonada de la mujer. Decido terminar mi cerveza.
Salgo de La Taberna…
La música es mi vida
Carlos de la Garza es del Distrito
Federal, lleva viviendo en Mexicali 42 años.
-Tengo toda mi vida de músico,
cuando vivía en México trabajaba en Garibaldi- Me dice don Carlos.
-Mi padre era violinero, ahí en
Garibaldi-
Don Carlos viste un chaleco negro,
de su cuello cuelga un rosario, su rostro refleja la vida de un hombre
tranquilo, responsable con su familia y sobre todo dedicado a su labor.
- Mexicali Rose, se llama nuestro
grupo, por la canción de Frank Sinatra, era el himno de Mexicali antes de
componer “El Cachanilla- Me dice Don Carlos con voz serena.
Entonces Don Carlos comienza a
recitar algunos versos de la canción:
Rosa de Mexicali no
llores;
Piensa que muy pronto
volveré,
Y que siempre triste
sin consuelo
-Muchas estaciones de radio
comenzaban con esa canción, tu todavía no nacías muchacho- Y suelta una
carcajada.
-Somos pioneros aquí, quedamos
pocos, se cuentan con los dedos de las manos.- Continua platicando el señor.
Me presenta a su hijo, Ángel se
llama. Lleva una baraja en la mano, tez morena, de complexión gruesa y de
estatura baja.
- Este arte se aprende por
herencia de los padres, mi hijo estaba en la prepa, pero se decidió por la
música-.
En eso, don Carlos le grita unas
niñas y a una mujer que van pasando por la calle. Saca de la camioneta donde
guarda todos los instrumentos una bolsita de dulces y unos zapatos “Converse” y
se los obsequia, – Son hijastras de mi hijo- me responde.
La noche es tranquila, algunos
coches pasan pero no hay movimiento excesivo, sin embargo la zona se muestra
viva. En el pasto del parque hay gente dormida, otras personas platicando en
las bancas, y algunos grupos esperando a que un cliente les compre una canción.
-Me tocó cuando el parque estaba
lleno de borrachos, Nos lo otorgaron para limpiar la zona, antes nos juntábamos
en la Altamirano, en un billar llamado “El Zirahuen”-.
La platica con don Manuel
continua, me menciona acerca de una cantina llamada “Los Pepes” que estaba
localizada en la esquina con Altamirano. Platica que en el Mercado Esteban
Cantú, todas las madrugadas se llenaba de gente que iba a comer menudo o
pozole, cuando la calle estaba en su época de auge…
Hogar dulce hogar
Mi casa es un lugar extraño. Creo
que no existe un lugar así en todo el centro de la ciudad. En un sentido, me
siento privilegiado, dado a la peculiaridad de su ubicación; en otro, un
invasor en tierra ajena. Mis amigos dicen que mi casa les gusta, que es como
entrar en otro mundo. Gente que he conocido dicen que mi casa es como una
leyenda urbana, que comprueban que realmente existen siempre que explico donde
esta ubicada. –Me han dicho que hay una casa con un jardín grande escondida en
medio del centro- me dicen.
A pesar de todo, me agrada mi
casa, el arquitecto hizo buen trabajo, y mi familia, buen cuidado de ella. Mi
mamá platica ciertas cosas acerca de cómo fue adquiriendo los terrenos que
abarcan mi casa y el negocio familiar. Platica a veces, acerca de negocios
fallidos con socios que no ayudaron mucho.
-Este negocio (el negocio
familiar) a pesar de todo, es un negocio
noble- siempre dice mi madre. -Este negocio es el que les ha dado de comer, les
ha dado la oportunidad de viajar, estudiar fuera-.
Mi abuela dice que antes de este
negocio, mi abuelo tenia un taller mecánico, ubicado en la misma calle. No se
la ubicación exacta, y no se si existe una fotografía donde aparezca el taller,
será bueno preguntar a mi abuela a ver si no tiene una. Mi abuela tiene 93
años, de los cuales, mas de 60 los ha vivido en Mexicali. Aunque mi obachan (
abuela en japonés) tiene nombre japonés, la gente de la Zuazua la conoce como
doña María, de vez en cuando me topo gente que me pregunta por ella, que si
todavía vive, yo les respondo orgullosamente que si y que sigue muy fuerte.
Después de reflexionar un rato, me
di cuenta del tiempo que mi familia tiene residiendo en la Zuazua, en verdad es
mucho tiempo, mas de 50 años no son cualquier cosa.
La Zuazua: Nombrada así por en honor al militar mexicano Juan
Nepomuceno Zuazua Esparza. La Zuazua, a pesar de ser una vialidad corta, es
conocida en Mexicali como “la calle de las dulcerías”, o por contener “la plaza
del mariachi”.